Aquiles la había dejado ir. Pero creía que tarde o temprano ella volvería a ser su pequeña perra. Se enredaba entre sábanas, y se volvía loco masturbandose y acostandose con mujeres que le hicieran referencia a Greta. Una lista inmensa de mujeres con el cabello largo y oscuro, caderas estrechas y labios carnosos flotaba junto a su telefono. Nunca hubo una tan sumisa como Greta, nunca ninguna se pareció lo suficiente, nadie gritaba como ella.

Greta notó la manera en que el poder de su lollipop perdía fuerza. La cosa era que si ella devoraba su tutsi pop, los hombres se cachonedeaban , pero si Aquiles también estaba chupando una, el efecto de seduccion disminuía ya que los hombres al verla, lo observaban también a el, y les parecía menos sensual el hecho de verlos a ambos lamiendo sus respectivas pequeñas bolas rojas. Se anulaba por completo el erotismo en ella y su paleta. A ellos les parecía grotesco ver como él la devoraba también.

Ella se la comía toda como una diosa.

Aquiles le lloró unos días. Después de lamerse sus heridas, se la sacudió y fué en busca de alguna otra mujerzuela que estuviera dispuesta a alimentarlo, abrir las piernas cuando él quisiera y ¿porqué no? hacerlo reír de vez en cuando. Aquiles sabía que tenía el mundo a sus pies. Greta nunca más estaría a los pies de un hombre, mucho menos si se llamaba Aquiles.

Aquí estaba Greta, desnuda y pálida, lista para deconstruirse, lista para matarlo, vomitarlo y enterrarlo.

Era cuestión de pintarse los labios una vez más. En cuanto aplicaba lipstick sobre aquellos carnosos labios, había superado a ese hombre y estaba lista para el que seguía.